Por Araceli Arreche y Emiliano López.
PH: @abrilxlirba
En: 50mmnoticias.com
Debemos construir ficción por motivos más profundos que nuestra subsistencia. “Debemos” no por los imperativos del mercado, si no por nuestra plena convicción como artistas.
La precarización y la intemperie a la que se nos somete como trabajadores de la cultura es una constante hace mucho tiempo y parte de esta coyuntura es definitivamente nuestra responsabilidad; hemos naturalizado la precarización de contratos, de subsidios. Parecería que nos adaptamos o aceptamos al sistema, entre otras cosas, para pertenecer o sobrevivir.
Es común escuchar o leer en estos meses que ese mismo sistema no nos considera esenciales. Un sistema que cree tener argumentos para recortar presupuestos, cerrar y vaciar espacios, atomizar organizaciones, y endurecer las prácticas burocráticas de “una cultura publicitaria”, “un arte de vidriera.” Un sistema que desoye las propuestas de quienes sostienen el territorio e insiste en que demos respuesta. En medio de un mecanismo un tanto paradojal, aún así insistimos en apostar a la ficción. Desde nuestras casas, aislados pero reunidos, plagados de contradicciones, malhumorados por la conexión de internet, con los ojos agotados y el cerebro confundido, transformados en una nueva especie de “homo-pantallas”. Nos adaptamos, buscamos ser permeables, seguimos reivindicando la imaginación para armar un territorio en el que fijar pertenencia y algo de sentido al sinsentido reinante. Convencidos de que el mundo puede prescindir de nosotros pero no del mundo de la ficción como espacio de contravención a lo habitual.
Este presente nos encuentra lidiando con el agotamiento de ciertos procesos. No estamos acostumbrados a estas nuevas formas de trabajo, pero seguimos adelante, no claudicamos. Nos falta el cuerpo vivo y eso duele mucho, pero en esa carencia buscamos nuevas estrategias, probamos nuevas excusas que nos reúnan, provocamos acuerdos e intercambios.
Hace ya tiempo sabemos de la estrecha relación entre la cultura mediática y el ejercicio de la política, este sistema del que hablamos en donde el poder ha tomado las formas de la dramatización para crear su acontecimiento cada vez más débil. Vivimos rodeados de un poder político anulado por lo mediático en donde el centro parecería ocupado por “asesores de imagen.” Este anestesiamiento de la vida política en el territorio de la cultura nos arrastra a paradojas tales como afirmar o vender a Buenos Aires como la ciudad del teatro y asistir al cierre sistemático de salas cada día, que no pueden sostener gastos, que encuentran insuficientes y tardías las ayudas económicas de los agentes del estado, sólo por nombrar una de las tantas contradicciones del territorio, en este caso dentro del arte escénico. Un panorama hostil que muchas veces nos enreda en falsas disputas poniéndonos como trabajadores a unos contra otros.
Algunos dicen que vivimos la época de las pasiones tristes, donde el nuevo régimen de desigualdades solo trae ira y frustración, sin embargo, estamos convencidos como trabajadores del arte que la ficción como territorio es una buena elección para dar con respuestas que desordenando lo cotidiano nos dibuje un porvenir, una revuelta.
Hoy, los espacios virtuales se han transformado en nuestras nuevas trincheras, huecos de resistencia, no para ocultarnos sino para resistir, para encontrar nuevos modos de decir. Para dar forma y contorno al continente de lo que llamamos arte.